La incontenible risa de la querida y respetada maestra Ifigenia Martínez y el gesto altivo y sabihondo de Beatriz marcaron el contraste en las reacciones por la exigencia de una disculpa solicitada por Andrés Manuel López Obrador al Reino Español por los estragos de la Conquista que derivó en la Nueva España.
Para la reconocida académica, senadora, diputada, diplomática, investigadora y multipremiada en diversos centros de altos estudios del mundo, se trata de una historia superada y concretada en un mestizaje del que nos sentimos orgullosos.
La doctora, escritora, cantante, compositora, esposa del mandatario y madre del hijo menor de AMLO, explicó que esa petición la adelantó ella en enero durante la visita de alto personero del gobierno hispano. Ahora, vía su marido, insiste en su interpretación histórica de la que deriva sin mayores datos que su palabra, que los mexicanos odiamos a los españoles. Fue su argumento en la charla con Dolores Delgado García, ministro de Justicia.
Recuerdo hace 70 años las pedreas septembrinas a los comercios de los peninsulares, y las repeticiones escolares donde se abominaba de la destrucción de nuestras culturas ancestrales, además del sonsonete contra los invasores yanquis, el despejo de medio territorio nacional, el apropiamiento de las riquezas nacionales y la bota siempre en el pescuezo.
Sufrimos la invasión de hispanos como igualmente sufrimos la de gauchos, chilenos y centroamericanos. Ninguna comparada con las aportaciones de los españoles, sus intelectuales y la creación de centros de altos estudios. Aprendimos a quererlos, aunque creo que ya no…
Somos víctimas actuales de los abusos de la apropiación de playas, de las tarifas absurdas y a su libre albedrío en las carreteras concesionadas, los bancos con bestiales utilidades que salvan a sus matrices en España de la ruina, a costa de la miseria de los mexicanos. Antes, los ahorros producían intereses, hoy cobran manejo de cuenta.
No culparía a los gachupas porque en situación similar estamos frente a los canadienses explotadores de minas a cielo abierto, contaminadores de aguas y arrasadores de tierras; de los gringos ni hablar porque son dueños de la mitad de las industrias productivas mexicanas. Y de las que no son, acaparan la venta de los productos.
Resulta, pues, paradójica la petición de disculpa al rey de España, porque el pobrecito víctimo (respeto los géneros) de la Letizia ni sus ancestros tuvieron pito qué tocar en tal gesta histórica.
El inocente ya tiene bastante con la mala relación entre su madre y su cónyuge, protagonistas de decenas de desaires públicos; Letizia jalonea a las infantas para que no se acerquen a abuela, en tanto esta rehúye a Juan Carlos, el rey emérito, mataelefantes y correteador infiel de güeras nórdicas.
En la familia real hispana hay una infanta con una pata en el reclusorio por las defraudaciones de su marido, un jugador de un deporte llamado balonmano que encontró en la boda fuente de riqueza, pronto agotada por falta de imaginación en la perpetración de raterías.
La otra, abandonada por el esposo que esperaba que ella fuera heredera del trono. Apenas ahora se menciona a una de las pequeñuelas de Jelipín como futura monarca.
Decía Miguel Higueras, corresponsal de EFE en varios países y en especial en México donde dejó afectos muy firmes, cuando se le recriminaba por la salvaje depredación gachupina contra los habitantes del ahora México y antes Aztlán: “reclámale a tus antepasados, los míos se quedaron en Andalucía, fueron felices en su terruño y no tuvieron ambiciones para visitar a tu país. Tus ancestros fueron los criminales –si los hubo—que arrasaron –si sucedió—en la conquista… así que ya sabes a quien protestarle”.
Y sí, el tronco de los reyes hispanos no se remonta a la península sino a naciones más al este de Europa.
Pero las raíces de López Obrador seguramente están entre la Malinche y Cortés. A ninguno de ambos puede pedirles que le den una disculpa… ya se murieron.
Y si vamos a seguir con rectificaciones históricas, que no joroben con el penacho de Moctezuma, aislado con clima controlado en una vitrina en Viena. Ese ejemplo de arte plumario, por el efecto natural del tiempo, si es extraído de la urna sencillamente se hará polvo.
De la recuperación o la disculpa por el robo de la mitad de nuestro territorio no vale la pena enfrentarse a Trump. Ya la libró con el rollo de su asociación con Putin y la elección manejada desde las tenebrosas cuevas del espionaje ruso, y ahora estará en disposición de emprender bronca contra el que asome la cabeza. Dejemos el asunto como está y no arriesguemos la posibilidad de tener que adoptar tejanos.
Hay por ahí una islita ubicada casi frente a San Diego. Nos pertenecía, pero de pronto surgió allí una base aérea y otra naval con las siglas gringas. La ínsula desapareció de los mapas. Ya no está, ya no existe.
Caso distinto al de Clipperton de la que se apropiaron los galos y donde hubo un destacamento militar mexicano que terminó prácticamente en una sola familia. Hoy no sabemos nada de tal islote que era codiciado por el guano de las gaviotas, uno de los más apreciados fertilizantes naturales antes de que hicieran su irrupción los químicos.
Si seguimos, enjuiciemos a los habitantes de Salvatierra que sin pudor se apropiaron de las corundas.
A los queretanos por las enchiladas placeras y a los michoacanos por las carnitas que, recordemos a esa intensa historiadora, la Jesusa, que recuerda cuando los conquistadores trajeron los chanchos para comerlos en tacos.
Por edad, creo su testimonio…
Carlos_fereyra_carrasco@hotmail.com
Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.