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Costumbres antiecológicas

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Magno Garcimarrero

¿Habrá una costumbre más antiecológica que cortar un árbol, arrastrarlo hasta la casa, ponerle luces de encendido intermitente, esferas, y a los veinte días tirarlo a la basura?

Pues tal vez esta sea la peor, pero hay muchas otras que no le van muy a la zaga, y que se exacerban en esta temporada navideña: quitarles el musgo a las piedras, el paxtle a los árboles para recrear el pesebre natal, son hábitos depredadores que dañan a la naturaleza.

 La gente abusa porque nadie se ha puesto a pensar hasta ahora, en el daño que causamos al entorno natural al que cada vez le cuesta más trabajo y más tiempo reponerse.

Los mercachifles a los que les importa un pito de sereno el mundo mientras se ganen unos pesos, ponen al alcance de la gente incauta a precios exagerados, puras cosas inútiles: jacales de palitos, niños dioses de todos tamaños y texturas, ropita para vestirlos, sombreritos y zapatitos tejidos en miniatura, parejas de san José y la virgen, de barro, de porcelana, de hoja de lata, de madera, tríos de santos reyes, incienso, copal, incensarios.

Encima los bancos lo inducen a uno a gastar con tarjeta, a mostrar los buenos deseos con buenos regalos; las tiendas te suenan el monedero.

En la fiesta de navidad con cena y recalentado, no puede faltar un ave, un pez y un mamífero: pavo, guajolote o totole, o pollo cuando menos, bacalao noruego, tiburón del pacífico que sabe igual o de perdido charales con romeritos.

Jamón de cerdo o embutido de sobras de ese que sabe a papel higiénico reciclado.

 Todo esto se lo aprieta uno en la boca y en la panza a deshoras y en gran cantidad, arrempujado con aguardientes de dudosa calidad, de modo que al día siguiente si no es que al ratito, entra uno en franca agonía para hacer la digestión, con la entendible dificultad del corazón que si en ese rato alguien te truena un totopo en la oreja, seguro pasas a mejores.

¿Habrá una temporada más absurda que esta?

Yo creo que no.

 Es la época en que lo obligan a uno a hacer lo que no ha querido hacer todo el resto del año, so pretexto de que la navidad es época de reconciliaciones, perdones, buenos propósitos y otras paparruchas odiosas.

Tiene uno que reunirse con parientes vomitivos y repugnantes, primas gordas como ballenas o arrugadas como trompas de elefante; tiene uno que reírse de los chistes mal contados, viejos y resobados del pariente que trata de hacerse el gracioso haciendo un esfuerzo descomunal; hay que entrar a juegos dignos de retrasados mentales como las arrebatingas de regalos sin ningún valor para nadie.

 Y tiene uno que entrarle porque no es posible aislarse en medio de la batahola; si te aíslas los chiquillos creerán que te escondiste y te irán a buscar, o si te sientas en el rincón más apartado a descabezar un sueñito indispensable, te pasarán por encima la docena de engendros de toda la parentela y no te dejarán en paz.

Tampoco puedes mandar a todos a la tiznada e irte a dormir a tu casa tranquilamente, porque al otro día la familia te recriminará y te pasarás el recalentado viendo caras tamaño oficio.

Se necesita ser estoico para soportar una fiesta navideña de esta laya, pero no hay de otras…

Puede que haya peores, como por ejemplo que te toque sentarte junto a algún pariente que tenga H1-N1 que te tosa o estornude en la oreja, o que te sientes enfrente de alguno que escupa al hablar y que se le haga espuma en las comisuras de los labios, eso si ya sería el colmo.

Puede parecerles una exageración esto que digo, pero les juro que a mí me ha ocurrido con harta frecuencia y no digo nombres sólo para evitar un disgusto que dure de diciembre a diciembre.

Son tan antiecológicas estas fiestas de temporada, que la Comisión Federal de Electricidad se erige en censora de la diversión y en el siguiente bimestre le embute a todo usuario cautivo, (que no hay de otros) un cuentón sin mirar el medidor, nomás porque la tradición es que en esas fechas la mayoría les pone luces a los árboles.

Sueño con una navidad que pase con la tranquilidad de un mes de agosto, con una nochecita navideña en que me pueda sentar sólo, o con un amigo viejo o una amiga no tan vieja, frente a una chimenea, a tomar una copa de vino y a platicar sobre el último libro leído…

Quizá quemar leños sea antiecológico, pero a mi edad es ya la única manera de echar un palito al fuego.

M. G.

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