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La fecha  

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Era el grito esperado. Marchábamos por las avenidas de la ciudad, ya no recuerdo si defendiendo el sindicalismo universitario o la condena al régimen franquista, cuando al final del evento alguien lanzaba el grito… “¡Dos de octubre, no se olvida!”, y los demás, sí, no se olvida, y con el puño vindicativo en lo alto.  

    Se han cumplido ya 55 años de aquel 2 de octubre de 1968, que trastocaría al régimen de la revolución. Hasta ese año el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz marchaba medianamente bien, disfrutando de las mieles remanentes de aquel que se dio en llamar “el milagro mexicano”, cuando encendió la chispa estudiantil. Había ocurrido en Praga, ocurría en París, era nuestro turno. En Checoslovaquia hubo tanques soviéticos imponiendo el control, el Francia piquetes de granaderos arremetiendo contra los muchachos, en México todo conjuntado, y los francotiradores en la Plaza de las Tres Culturas.  

    Raymundo Riva Palacio ha sugerido en artículo reciente la posibilidad, en aquellos días, de un golpe de estado al estilo sudamericano. Que el embajador Fulton Freeman lo habría planteado ante el descontrol cívico que se vivía en el entonces Distrito Federal. Y encima que los XIX Juegos Olímpicos (concertados por su antecesor, Adolfo López Mateos) corrían el riesgo de ser suspendidos.  

    ¿Y qué es lo que los muchachos demandaban? Diálogo público (del Presidente con el Movimiento), supresión de las policías, destitución de los jefes policiacos, liberación de los “presos políticos” Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Víctor Rico Galán, Adolfo Gilly, Antonio Gershenson, Adán Nieto Castillo, Rolf Meiners y otros; aparte de los muchachos detenidos del propio movimiento estudiantil.  

    Y llegó la fecha, que Elena Poniatowska inmortalizó con su crónica “La noche de Tlatelolco”, y de golpe resurgió la paz. Muchos detenidos, un centenar de muertos (tal vez), y el terror imperando en el país. Diez días después, el 12 de octubre, fueron inauguradas las olimpiadas, en las que Bob Beamon rompió el récord del salto de longitud (8.90 metros) imbatible en décadas.  

    La fecha ha quedado inscrita en el calendario cívico nacional, igual que el 15 de septiembre, el 20 de noviembre, el 5 de mayo. Fechas cono hitos que han marcado el devenir nacional. El 14 de julio (1789) fue la toma de la Bastilla, culminación de la revolución francesa. El 17 de noviembre (1917) ocurrió el asalto de los bolcheviques al Palacio de Invierno que definiría a la naciente Unión Soviética. El 4 de junio (1989) fue la masacre de la Plaza de Tiananmén, en Pekín, donde habrían perecido cerca de dos mil personas, y que el gobierno chino denominó “motín contrarrevolucionario”.  

    Siempre habrá fechas terribles que rememorar. No es ningún secreto que el 2 de octubre mexicano fue la señal de terror lanzada a los cuatro vientos en el sentido de que la participación pública no cabía fuera de las instituciones (PRI, CTM, CNC, CROC y los partidos permitidos, PAN, PARM y PPS), de modo que la oposición política optó por la vía clandestina o semilegal. Después, con Luis Echeverría y José López Portillo, vendrían los tiempos de “apertura” y reforma política, que derivarían en lo que hoy tenemos como ejercicio democrático. ¿Y qué decir del 26 de septiembre de 2014, la Noche de Iguala, en que 43 estudiante normalistas fueron secuestrados, ejecutados y “desaparecidos”? El calendario nacional se nos está llenando de efemérides de atrocidad.  

    Después de aquel 2 de octubre, México ya no fue el mismo. Los medios de comunicación, la vida parlamentaria, todo el andamiaje social evolucionó de algún modo. En todo caso, los “emisarios del pasado” de entonces serían después las “alimañas, tepocatas y víboras prietas”, para terminar hoy como nefastos “neoliberales de la corrupción”. Cada quien su repertorio, al fin que es mejor lanzar epítetos que aventar bala.  

    Aquí no hubo asalto de los bolchevique machacando mencheviques, ni los tribunales revolucionarios guillotinando a Luis XVI y la reina María Antonieta. Acá inventamos al IFE, luego INE, y nos credencializaron para ser ciudadanamente felices. No, no se olvidan las fechas de sangre, estupefacción y aprendizaje.  

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Escritor y periodista o periodista y escritor, David Martín del Campo, combina el conocimiento con el diario acontecer y nos brinda una deliciosa prosa que gusta mucho a los lectores. Que usted lo disfrute.

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