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La industria migratoria del Darién

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Ricardo Del Muro/ Austral

Dicen los migrantes venezolanos que es más fácil cruzar el Darién que pasar por México. Esta afirmación parecía ser una exageración, ya que esta selva de aproximadamente 130 kilómetros entre Panamá y Colombia, está considerada como una de las más peligrosas rutas, donde cada año mueren decenas de migrantes, hasta que mi hija Katia, me recomendó leer el reportaje de Julie Turkewitz en The New York Times, titulado: “Una economía bonita”: la industria migratoria del Darién es un lucrativo negocio”.

A cada paso de la selva hay oportunidad de hacer dinero, señaló Turkewitz. El trayecto en lancha para llegar al bosque tropical: 40 dólares. Un guía que te lleva por la ruta peligrosa cuando empiezas a caminar: 170 dólares. Alguien que carga tu mochila en lomas lodosas: 100 dólares. Un plato de pollo con arroz tras un día de escalar laboriosamente: 10 dólares. Paquetes especiales con todo incluido para que el esfuerzo riesgoso sea más rápido y soportable (con tiendas, botas y otros básicos): 500 dólares, o más.

Es sábido que el tráfico ilegal de personas genera ganancias estimadas en 2 billones de dólares anuales, de acuerdo con la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), pero el reportaje de Turkewitz reveló que en el Darién hay “emprendedores” que no son contrabandistas clandestinos que se esonden de las autoridades.

“Son políticos, empresarios destacados y líderes electos, que diariamente y a plena luz del día envían a miles de personas migrantes hacia Estados Unidos y a cambio cobran millones de dólares mensuales por ese privilegio”, señaló en el amplio y documentado reportaje publicado en el NYT.

“Hemos organizado todo. Los lancheros, los guías, los cargabolsos”, dijo Darwin García, miembro electo de una junta de acción comunal y exconcejal de Acandí, un municipio colombiano en donde empieza la selva.

El hermano menor de García, Luis Fernando Martínez, líder de una asociación local de turismo, es en la actualidad uno de los principales candudatos a la alcaldía de Acandí y defiende el negocio de la migración como la única industria rentable en un lugar que, “anteriormente”, dijo, “no tenía una vocación económica definida”.

Lo interesante del reportaje Turkewitz en el NYT, es que revela otra cara de la migración que hasta la fecha no había sido tomada en consideración por las autoridades de los diferentes países involucrados en el fenómeno. En Tapachula, la principal ciudad fronteriza de Chiapas, por ejemplo, se realizó ayer una protesta de ciudadanos para exigir al gobierno mexicano la reubicación de las instalación de las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), porque ya están hartos de la incontenible llegada de migrantes.

Mientras que en el municipio oaxaqueño de Tapanatepec, ubicado en la frontera con Chiapas, el alcalde Humberto Parrazales afirmaba que los oaxaqueños estaban felices con los migrantes porque habían dejado una derrama económica “brutal” y nunca vista, de unos 300 millones de pesos, pero en los últimos meses se han suspendido la expedición de visas por parte del Instituto Nacional de Migración (INM) y esto ha generado un problema social para la población oaxaqueña.

En el caso del Darién, al que se refiere el reportaje del NYT, donde la selva interrumpió el proyecto de la carretera Panamerica (por algo se le llama el Tapón del Darién), no ha sido obstaculo para los migrantes; más de 360 mil personas, ya cruzaron la selva en 2023, según el gobierno de Panamá, superando el récord casi inimaginable de 250 mil del año pasado.

En respuesta, Estados Unidos, Colombia y Panamá firmaron un acuerdo en abril para “poner fin al movimiento ilícito de personas” por el Tapón del Darién, pero como lo han comprobado los reporteros del NYT, la presencia gubernamental en la zona, en el mejor de los casos, es marginal.

En ausencia del gobierno de Colombia, los líderes locales han decidido encargarse de la migración. Hoy en día, señala Turkewitz, el negocio lo manejan integrantes electos de la junta de acción comunal, como García, a través de una organización sin fines de lucro fundada por el presidente de la junta y su familia. Se llama Fundación Social Nueva Luz del Darién, y se encarga de gestionar toda la ruta desde Acandí hasta la frontera con Panamá, fijando precios por el trayecto, recaudando tarifas y operando extensos campamentos en medio de la selva.

Sobre el negocio, advierte la periodista del NYT, se cierne un grupo armado y de narcotraficantes grande y poderoso llamado Autodefensas Gaitanistas de Colombia, a veces conocido como Clan del Golfo.

García, miembro de la Junta de Acción Comunal, reconoció que el grupo “pone la seguridad” en la zona pero insistió en que la fundación era una entidad completamente independiente.

Así las cosas, tienen razón los migrantes que resaltan la facilidad para cruzar la selva del Darién, mientras que en México se enfrentan a múltiples obstaculos: agentes de migración, policías y grupos de diferentes cárteles a lo largo de la ruta hacia la frontera norte. RDM

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