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Se llama Carlos

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Es una hermosa historia. Se llama Carlos y vive en la Gran Bretaña donde reina, pero no gobierna.

Nació en pañales finos de seda, atendido por un ejército de domésticas; su madre, soberana, no tenía tiempo para dedicarlo a tan minúsculo ser.

Creció, fue mostrado en actos públicos como se exhibe una mascota cualquiera.

Vivió con la angustia de una terca anciana que no se moría para heredarle el ansiado trono.

Mientras se lució con uniforme militar, luego con albo disfraz de la Marina y, claro, con atuendo de chafirete volador de la Real Fuerza Aérea.

Nadie sabe si aprendió a manejar coches de pedales, nunca tuvo necesidad, a veces en Bentley y en casos especiales en la carroza que parecía convertirse en calabaza por la necedad materna de no ceder, aún en vida, la Silla emblemática.

Carente de atributos masculinos, dicen, aceptó un matrimonio en el que cada amanecer le floreaba más la cornamenta.

Viudo, se casó con Camila Parker, que pudo haber sido su madre y lo desapareció de las páginas sociales nada más al casarse.

Inútil, sin labor altruista o social conocida, Carlitos debe recurrir al exhibicionismo circense.

Tan sobre la permanencia de las testas coronadas, parásitos sin duda alguna. Que viva su majestad, Don Pele primero y sus vástagos en permanente entrenamiento del buen vivir. Ya usan trinches pa comer…

Disfrazado como se observa en la gráfica, luce riquezas y joyas por las que no extendió la mano ni para dar gracias.

Y así y todo, las naciones monárquicas.

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Periodista antediluviano, corresponsal en el exterior y reportero en méxico.

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