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 La vida detenida/ 13

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Mauricio Carrera

No se aparece Miauricio, ese tigre de mi jardín cotidiano. No maúlla, como siempre lo hace, para advertir su presencia y reclamar su comida.

-Seguro anda de coqueto con una gata –dice la mujer de hoy y siempre.

-O lo mataron. Envenenado o atropellado –se alza de hombros la mujer del aquí y el ahora.

-No lo han dejado salir sus dueños, eso es –afirma convencida la mujer incondicional que pone condiciones.

Ya van tres mañanas que no veo a Miauricio funambular por la barda, bajar la escalera de caracol y maullar para apurarme a abrirle y estar atento a sus exigencias. Demanda ser alimentado de inmediato. Es gato, y debe ser cuando a él se le antoje. Nunca he sido de gatos, pero los empiezo a conocer: son pachás cuando quieren e indiferentes y elusivos cuando quieren.

-¿Qué vas a hacer? –me pregunta la mujer del ayer y la nostalgia.

-Vender los sobres de comida, supongo.

A ninguna le gusta mi respuesta. Me ven como a un padre cínico que abandona a sus hijos.

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