Manuel Lino Ramos
A horas del arribo de Todos Santos y los Fieles Difuntos, vislumbro ya la ofrenda con que recibiré a mis difuntitos, que habrá de realzar el reencuentro con mis siempre vivos. Imagino, en un lugar especial de la casa, casi un altar, veladoras ardiendo, ramillete de luciérnagas, que con sus parpadeos y esplendentes destellos serán el marco arcano de nuestro encuentro.
Habrá aladas flores sobre la mesa. Y en su perfume estará grabado el camino que conducirá al recuerdo de mis amados ausentes: Isaac, Chagua, Pita, Pollo, Tirso, Beto, Loren… y más.
¡Ay, la comida! El pato, el chichicuilote, el ahuautle, la carpa, el guajolote, el chinicuil, la gallina, los hongos, el escamol, las ranas, ups. Presentes, con tanta exquisitez, el tequila, mezcal, pulque y cerveza.
Ofrenda terrenal. Ambrosía compartida.
En la bienvenida a ellos, todo estará perfumado por incienso, clavel, y cempasúchil. Alumbrado todo y sólo por el parpadear de las velas; lagrimitas ardientes y transparentes escurrirán de la cera. Vendrá y se ausentará el silencio, trepado sobre el céfiro, hasta convertirse en murmullo. Luego, más murmullos, porque me atreveré a platicar con ellos.
Y Presente estará la sentencia eterna que, sin embargo, parece conmovernos poco; porque poco tememos: hoy aquí, con ellos; mañana, allá, con ellos. A saber…
Bienvenidos a casa, siempre…
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