Por Gabriel Gamar
Yo le entregué al espejo un cuerpo joven
y él me devolvió a cambio un rostro envejecido;
al instante notó mi expresión de asombro
y me dijo “éste eres tú, yo no he mentido”.
Luego apagué la luz y la encendí de nuevo
pero nada cambió en la faz de aquel espejo,
pues si algo hay sincero en este mundo
es el reflejo fiel de los espejos.
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